Calma, no nos asustemos. No es que padezca ninguna enfermedad grave (bueno… según cómo se mire). La enfermedad que tengo es curiosa a la vez que extraña: No puedo soportar un texto, frase, línea, verso o cualquier tipo de escrito con faltas ortográficas o de puntuación.
No lo puedo evitar. Como vea algo mal escrito (dentro de mis conocimientos); ya sean comas, puntos, tildes, equivocaciones al escribir alguna palabra, etc., me entra una especie de escalofrío que me recorre todo el cuerpo. ¡Jajá! Sé que es para reírse, pero os juro que es verdad.
Pondré un ejemplo que ilustre mejor este serio problema. Pero es un secreto, así que schhhhhhhhhhhhhh…Ahí va:
Érase una vez una joven estudiante de Periodismo y Comunicación Audiovisual. Un día encontró un documento en un lugar público, y aquella joven, con todo su morro, sacó un bolígrafo de su mochila, ella se preparó cual cirujano antes de operar, se puso en acción y comenzó a hacer un análisis a fondo del texto; para después, corregirlo. Y la joven tranquilamente continuó el camino hacia su hogar.
Cuando llegó a su casa, pensó para sí misma: “Ana (que así se llamaba la joven), tú estás enferma”.
Este problema apareció en mi vida hace dos años cuando conocí a la señora RAE. Sí, ella que es tan temible, tan recta y tan exigente. Ella que pone los pelos de punta a más de un estudiante de Periodismo. Ella me convirtió, con ayuda de dos profesoras, en lo que ahora soy: una joven que padece “ortografiitis” y “puntuacionitis” crónica.
Cuidado chicos y chicas, no estáis inmunes. Ya he observado síntomas en más de una persona de mi entorno. No sé si es contagioso, pero sí sé que ataca cuando menos te lo esperas. Tampoco sé si tiene cura. Por si acaso, mantened la alerta.
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