El pasado sábado perdía la vida en un accidente haciendo kit-surf Álvaro Pérez Ugena, mi profesor de Estructura de la Comunicación en la Universidad Rey Juan Carlos. Acabo de enterarme de la noticia, por mi mejilla cae una lágrima, mi mente no reacciona, miro el archivador en la estantería donde están guardados sus apuntes, busco a mis padres para contárselo porque necesito saber que no es una maldita pesadilla. Y después lo único que puedo hacer es escribir.
No puedo evitar tener un nudo en el estómago, y tengo que decir que no era santo de mi devoción, y que incluso me hizo pasarlo muy mal durante el primer año de carrera. Mis compañeros lo pueden confirmar. A lo mejor ahora es egoista pensar en todo lo bueno que me enseñó; pero nunca es tarde, y esta es mi pequeña despedida.
Mis compañeros y yo con él aprendimos todos los entresijos del mundo de la comunicación: el poder de Rupert Murdock y su cadena la FOX, la Ley de Televisión Sin Fronteras, cómo funcionaba la SGAE, la industria de Hollywood con las majors, la FORTA,... y así podría continuar dando ejemplos de cine, televisión, radio, internet, libros o prensa. También nos despertó e hizo que viéramos que ya éramos mayores y que la vida no era tan fácil como creíamos. Todavía recuerdo el día en el que vi la nota del examen, y me puse a llorar porque había aprobado. Pensé que era imposible.
Nos metía mucha, mucha caña. Lo pasamos mal, no sabíamos dónde meternos cuando aparecía, e incluso le tuvimos manía; pero han pasado 3 años y todo ha cambiado. Los recuerdos siguen ahí, pero bien es cierto que cuando pasa el tiempo la perspectiva del pasado cambia, y todo se ve de forma distinta.
Dicen que en la vida hay que quedarse con las cosas buenas y los momentos felices, y en este momento lo creo mucho más. Mi último recuerdo con él fue durante un examen que hacía a los alumnos de grado de Periodismo. Como hacía calor, abrió las puertas del aula. Mis compañeros y yo estábamos fuera montando jaleo, y se acercó para que nos calláramos. Se quedó un rato con nosotros y nos pusimos a hablar. Le dije que con nosotros fue muy duro y con su típica sonrrisilla dijo: ¿yo? ¿que va?
El próximo año le íbamos a tener como profesor, y yo sinceramente, tenía algo de miedo pero en el fondo quería saber cómo sería una clase después de pasar unos años en la universidad, y entender cómo funcionan las cosas. Os puedo prometer que no me creo que ya no esté y que no le vayamos a ver nunca más por los pasillos o por la cafetería. Sé que vosotros, mis compañeros, lo sentís tanto como yo. Sabemos que era un profesor duro, y algunos no lo supimos apreciar hasta pasados los años, pero nos enseñó como pocos han hecho.
Sólo me queda ofrecer mi más sentido pésame a su familia. Estoy completamente segura de que tus alumnos nunca te van a olvidar. Y decirte, dónde quiera que estés, que siempre te recordaré con una sonrisa. Hasta siempre Alvarito.
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