Bienaventurados los que intentan aprender, porque ellos gozarán del conocimiento

jueves, 25 de marzo de 2010
Alumnos maleducados, alumnos sufridores, profesores desesperados, una educación sujeta a los cambios del ejecutivo, fallo de previsión, cero comunicación, una organización desastrosa, falta de interés y de respeto, y vuelta a lo mismo. ¿Por qué es tan difícil una buena enseñanza universitaria?

Me indigna ver y escuchar la actitud de ciertas personas que no respetan a los de su alrededor, ni a ellos mismos. En esta ocasión no estoy hablando de políticos. No. Me refiero a la especie del alumnado. Sufro al ver cómo pierden el tiempo, las ganas y la compostura en las aulas. Las aulas fueron creadas para educar y para aprender, no se hicieron con el objeto de domar; porque a los animales se les doma, a las personas se les educa. Es una paradoja que en la institución de la enseñanza por antonomasia, como es la universidad, sea dónde se dome a los alumnos y no se los eduque.

Efectivamente, espécimen de alumnos demasiado común en los tiempos que corren. Alumnos que no sé si van a aprender o a molestar. Ni idea de si se comportan de este modo porque se aburren o porque no les interesa lo que se explica. Ni me interesa por qué lo hacen, sólo sé que me irritan. Para colmo, no sólo me molestan a mí, sino que entorpecen el ritmo natural de las clases, incomodan al profesor, y la lección después de tanta interrupción y de tanta estupidez acaba siendo una porquería.

Evidentemente, son tipos peculiares con aires de grandeza, engreídos, chulescos, hipócritas, petulantes,… que van dando lecciones y presumiendo de unas ideas de libertad, respeto y tolerancia que no ponen en práctica; tipos que se ríen de los demás por considerarlos inferiores, que buscan tres pies al gato para quedar por encima como el aceite; tipos que van de snobs, que aparentan ser lo que no serán jamás, y que lo único que inspiran es antipatía, desagrado y lástima.
¡Qué triste es esto! Qué pena que no se goce de las oportunidades, que tipos adultos dejen tanto que desear dentro de un aula. Qué desconsuelo produce interrumpir una enseñanza para decir: ¡Silencio! ¡Callaros! Estamos en clase. Qué amargura hay a su alrededor por el mal trato que dan a sus compañeros. Qué coraje da cuando te faltan el respeto en la cara, y ni si quiera se molestan en disimular. Qué impotencia, qué rabia, qué mala sangre…

En cambio, apoyo la idea de que mucha culpa de que seamos base y sustento de los suburbios de la educación europea la tienen los gobiernos y las instituciones. Las continuas reformas de la enseñanza, gobiernos que ningunean la educación a su antojo, fracasos escolares estrepitosos y preocupantes, “planes Bolonia” que se aprueban sin tener las infraestructuras necesarias. ¿Y nos quejamos sólo de los alumnos? No, no debemos quejarnos sólo de aquellos tipos.

La Biblia nos enseñaba las Bienaventuranzas, pero no había ninguna que dijera: Bienaventurados los que intentan aprender, porque ellos gozarán del conocimiento. Curiosos aquellos tipos que predican una religión que ni ellos practican.
Y así nos luce el pelo.