"Si traicionara a esos muchachos, se ganaría la enemistad de los campesinos y el odio eternos de sus familias. El franciscano no era tan necio para suponer que su hábito le protegería de la vendetta que sin duda resultaría de ese acto, y además la había leído el pensamiento a Pisciotta; aquel joven iba a llegar muy lejos antes de internarse en el camino del infierno. No: el odio del campesino siciliano nunca se podía tomar a la ligera. Eran unos auténticos cristianos que jamás hubieran profanado una imagen de la Virgen María, pero, al mismo tiempo, en el acaloramiento de una vendetta, hubieran sido capaces de disparar contra el Papa por haber quebrantado la omertá, el antiguo código de silencio ante cualquier autoridad. En aquella tierra en la que tantas imágenes de Jesús se veneraban, nadie creía en la doctrina de poner la otra mejilla. En aquella tierra dominada por la ignorancia, el perdón era el refugio de los cobardes. El campesino siciliano no conocía el significado de la palabra compasión."
El Siciliano, Mario Puzo
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