Y un viaje a München, el reino de la cerveza, no podía ser menos.
Los alemanes son personas correctas, ordenadas, puntuales (por eso cada torre está coronada con un reloj), confiados, racionales y ahorradores. Y como buenos alemanes, todo lo hacen bien y a lo grande. Si vais a pasaros por München, tened en cuenta que vuestros brazos han de tener bastante fuerza para poder abrir sus puertas. Son enormes y pesadas. Las de todos los lugares, tanto cafeterías y universidades como las de las casas y portales.
Podría comentar todo lo que ha llamado mi atención (que los perros son animales gratos en todos los lugares -excepto en las farmacias-, que las bicicletas son vitales para su vida diaria, que todos los hombres te sujetan la puerta para que pases, que las calles no están muy iluminadas, que no suelen gritar en lugares públicos -sin contar el momento en el que el porcentaje de cerveza en sus venas ha sobrepasado con creces el límite normal-, o que los establecimientos no tiene cierres metálicos para evitar robos...) pero no lo voy a hacer porque necesitaría un espacio excesivo, y posiblemente sería un aburrimiento.
Dejando a un lado la gastronomía y la cultura en general, lo más maravilloso de cada viaje son las personas a las que conoces. Las nuevas caras que desde ese momento ya forman parte de tu vida. Sin duda, lo más típico y aquello que caracteriza al Erasmus es conocer a mucha gente. Y cuanta más, mejor. Aunque todos sabemos que lo que importa es la calidad y no la cantidad. Y definitivamente, en este caso importó la calidad. Pocos, pero buenos. Personas que tienen algo que decir y saben cómo decirlo, en bastantes lenguas -todo hay que decirlo-. Mezcla de idiomas y de culturas. Mezcla de caracteres y de opiniones. Es maravilloso. Sobre todo momentos que surgen sin planearlos como cantar a dúo viendo vídeos en youtube como si fuera un karaoke, ataques de risa mientras te lavas los dientes, cotillear durante más de tres horas a través de las redes sociales, o que un siciliano te diga que eres una artista de la palabra. Ninguna de esas situaciones tiene precio. Son fantásticas e irrepetibles. Todas acompañadas siempre de cerveza, cerveza y más cerveza. El deporte nacional muniqués. Allá donde vayas nunca estarás sediento. Siempre habrá cerveza.
Todo viaje que se precie ha de estar lleno de sonrisas. En cada sitio que se visita surgen nuevas carcajadas que alegran las mañanas, las tardes y las noches. Paseos acompasados con canciones y chistes malos, y guías turísticas con personas increíbles que te hacen sentir como en casa. Cada una de ellas de su padre y de su madre, pero todos con la intención de socializarse, de aprender, de descubrir y de divertirse. A ellos son a los que extrañas cuando el viaje toca su fin. Ellos se quedan allí haciendo sus vidas y tú vuelves para retomar la tuya. Pero, quién sabe, quizá en el futuro se vuelvan a cruzar en tu camino, ¿no?
Un viaje inolvidable y para el que sólo tengo una palabra: Danke, Grazie, Merci, Gracias, Thanks, Grácies, Eskerrik asko... Vale, es más de una, pero al fin y al cabo, sigue siendo la misma.
Por Alemania, por München, por la buena compañía, por los grandes viajes para el recuerdo, y cómo no, por la cerveza: Ein Prosit.
1 comentarios:
Es una de las mejores plazas en las que he visitado como turistas
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